La debilidad de Goliat
16 May 2025
Opinión de Francisco Valdés Ugalde | El Universal |
¿Son invencibles las autocracias populistas? Desde luego no se les puede dar por imbatibles, como a ningún sistema político, pero el corazón del problema es cuáles son y cuándo se reúnen esas condiciones. Así como hay rupturas populistas con la democracia liberal, hay rupturas democráticas con la autocracia populista cuando consigue aprovechar sus grietas y reformularse. La primera grieta está aquí: una “ruptura populista” ocurre cuando se acumula una concentración masiva de la preferencia política por un dirigente carismático que aspira al monopolio del poder. Pero es falso que, una vez que este dirigente y sus epígonos gobiernan, sea el pueblo el que gobierna. Y esto es universalmente válido. En Argentina (los Perón), en México (López Obrador), en Brasil (Bolsonaro), en Hungría (Orban) se verifica la falsedad.
Los autócratas populistas no se distinguen como estrato político de los gobernantes demócratas y pluralistas. Son políticos, se agrupan en partidos políticos, hacen campañas políticas, toman decisiones políticas y dictan políticas públicas. Están sujetos a los mismos tropiezos y errores que cualquier otro gobernante. Se corrompen o se comportan con probidad dependiendo de los códigos en que han sido socializados. El mito de “no somos iguales” es enteramente falso; son tan iguales como dos monedas de un peso, raspaduras más o menos.
Lo que los aleja radicalmente de los demócratas es la insidiosa pretensión de ser el pueblo en el gobierno; que lo que hacen y dicen es idéntico a lo que manda el pueblo, siempre dicho y definido por ellos mismos. Luego rematan con que no es válido que sean desplazados del poder, aunque el voto de la mayoría los deseche. Así pasó con Maduro en las elecciones de 2024 en Venezuela. El corolario del sofisma es que el líder sigue mandando, aunque ya no goce de investidura formal (o esté muerto, como Chávez). Es decir, puede seguir dictando el rumbo que impone su poder informal. Esta identidad la pueden sostener mientras perdure el vínculo afectivo y clientelar con el dirigente carismático.
¿Cuándo se rompe esa identidad? La respuesta no es sencilla. Estamos hablando de hechos en curso cuyo desenlace desconocemos. Pero para eso sirven las conjeturas informadas. En Estados Unidos, en tanto subsiste un Poder Judicial sólido en su independencia y criterios —aunque esté bajo asedio—, y haya certeza de que habrá elecciones que pueden cambiar la composición del Congreso, es posible el cambio, y eventualmente el giro que revierta la autocratización y retorne al cauce democrático. Desde luego, puede ocurrir lo contrario si la seducción populista se perpetúa. En cambio, en México los frenos que el Poder Judicial podría imponer a la arbitrariedad del gobierno son ya cosa del pasado. Se ha construido un nuevo Poder Judicial a la medida y bajo el control de la autocracia populista. Si las elecciones de 2024 fueron masivamente intervenidas desde el poder presidencial y sus ramificaciones, no hay razón para que 2027 sea diferente, y menos aún si se concreta la reforma política que quiere terminar con la autonomía de la institución electoral y convertir a la oposición en satélites estériles.
A pesar de todo, la identidad del pueblo con la autocracia populista es sólida mientras perduran las condiciones que la sostienen, pero es frágil. Por eso se le cuida tanto, incluso mediante la violencia. Es frágil porque es una identidad ficticia basada en una creencia que puede cambiar. Puede bastar una crisis financiera para interrumpir el flujo que mantiene al pueblo medio comiendo de la mano del gobierno o arreciar las insatisfacciones derivadas del capricho, la impunidad y la ineptitud burocrática para que broten alternativas.
Al desplazamiento de la autocracia populista también puede contribuir una movilización democrática. Pero lo hará únicamente si reconoce las causas por las que se perdió la democracia y aprovecha creativamente las oportunidades que ofrecen sus enormes lagunas. El ambiente fúnebre y opresivo que impone la autocracia minará tarde o temprano la ilusión identitaria que la anima. Siempre hay un David para cada Goliat.
Investigador del IIS-UNAM.
@pacovaldesu